Mi padre Gregorio me enseñó todo lo que sé sobre el vino. No recuerdo muy bien dónde lo aprendió él, quizás de su padre, que tenía un paladar exquisito y analítico como no he conocido en mi larga vida profesional. Y tal vez esta tercera generación, la de mis hijos Gregorio y Manuel, ha sido capaz de recoger toda nuestra experiencia y dedicación, para crear algo único y capaz de perdurar en el tiempo.
No sólo es el orgullo de un padre el que habla, es también el reconocimiento al esfuerzo y el compromiso en una labor que ha marcado el devenir de toda una familia dedicada en cuerpo y alma, durante más de 60 años, a la elaboración de un vino de calidad. Siempre he inculcado la necesidad de estar a la cabeza en innovación e investigación, de incorporar nuevos procesos de elaboración del vino, pero sin olvidar la tradición y el origen de una empresa familiar.